De Avilés… al Mediterráneo (y vuelta)
Como ya sabes —y si no, aquí lo dejo claro— soy asturiano.
De Avilés, para más señas. Aunque viva lejos, el norte siempre tira.
Y en esta época, más. Echo de menos la playita.
Esa del Cantábrico que te puede arrastrar la toalla si te despistas.
¿Sabes lo que más me llama la atención cuando vuelvo?
La marea.
Sube y baja como si tuviera prisa por enseñarte una lección.
De niño ni me fijaba.
Pero ahora que he estado en el Mediterráneo…
Uf. Eso no se mueve ni por error. Una piscina enorme.
El Cantábrico te cambia el ritmo.
Te obliga a adaptarte.
Te enseña que si no entiendes el entorno, te vas al fondo.
A veces, literalmente: hay quien aparca en el puerto y se encuentra el coche convertido en submarino.
O quien deja la toalla a veinte metros del agua… y al volver no encuentra ni la toalla, ni veinte metros de playa.
Todo esto me recuerda algo que aplico cada vez que asesoro un proyecto de obra nueva:
No puedes diseñar igual en cualquier sitio.
Ni copiar lo que hacen en la otra punta del país.
Porque el clima —como la marea— lo condiciona todo.
Y cuando lo ignoras, construyes caro, ineficiente y mal.
Por eso, en mis consultorías previas al proyecto, no solo ayudo al arquitecto o al técnico a tomar decisiones...
Sino que me aseguro de que entienda que remamos juntos.
Que esto no va de imponer, sino de sumar.
Si estás valorando iniciar una obra nueva y quieres que alguien te ayude a pensar desde el minuto cero, para no tener que rehacer después...
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Y si no eres tú quien construye, pero conoces a alguien que sí…
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Porque, igual que con el mar, construir bien no es cuestión de suerte.
Es cuestión de entender lo que tienes delante.