Hoy todo es audiovisual.
Fotos, vídeos, reels, drones, selfies...
Lo importante ya no es vivir una experiencia, sino documentarla.
Vi a un tipo decir que ya no viajamos para descubrir, sino para tener la misma foto que medio Instagram.
Triste, pero cierto.
¿Y sabes qué? En arquitectura está pasando algo parecido.
Proyectos que se venden con renders que parecen sacados de una película de Marvel.
Webs que parecen hechas por diseñadores de moda en lugar de arquitectos.
Edificios posando para la cámara como si fueran modelos de pasarela.
Pero luego, cuando los vives, descubres que tienen más problemas que el Titanic para mantenerse a flote.
Lo importante no es que sean habitables, sino que tengan su rincón fotogénico.
Ese plano perfecto para el portfolio, aunque en la vida real nadie quiera vivir allí más de cinco minutos sin perder la fe en la humanidad.
Y no, no digo que la estética no importe.
Claro que importa.
Pero cuando el envoltorio vale más que el contenido, tenemos un problema.
Porque un proyecto arquitectónico no es un filtro de Instagram: es un puzzle técnico, humano, económico… y sí, también visual.
Pero con cabeza.
¿Tú cómo lo ves? Me interesa saberlo. En serio. Escríbeme. Lánzame tu opinión, aunque sea con GIFs y emoticonos.
Y si además estás hasta el moño del postureo arquitectónico y quieres que alguien mire tu proyecto con sentido común y sin venderte la moto, escríbeme.
Hoy mismo.
Ayudo a técnicos y promotores a construir edificios que no solo se vean bien en las fotos, sino que también se vivan bien por dentro.
Más eficientes. Más humanos. Más reales.
Si quieres que le echemos un vistazo al tuyo, puedes contratarme aquí.