El 9 de agosto de 1945 la vida de Midori se cumple en su último sacrificio, llevada al cielo por el hongo nuclear mientras aferra su rosario. Esta autobiografía nos descubre el carácter vital del radiólogo y su extraordinaria conciencia en la que siempre emerge el bien aún en las situaciones más dramáticas.
Su fuerza vital fue determinante para la reconstrucción de Nagasaki. Fue un canto vivo de esperanza para el pueblo nipón, como quiso mostrar a todos con los mil cerezos que hizo plantar en la zona del desastre con sus primeros ingresos y con su colaboración en la reconstrucción de la catedral de Urakami.
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