Subject: Christian Bobin es nuestro autor del mes

Falleció el mes pasado con 71 años de edad

El peso de un gramo de luz

Situémonos en Borgoña (Francia), a solo diez kilómetros de Le Creusot. Tras adentrarnos en un camino boscoso, que aparentemente no va a ninguna parte, en el lugar en el que los árboles se espacian hay un claro en el que se levanta una casa con contraventanas celestes. Si nos asomáramos por una de las ventanas veríamos a un hombre menudo sentado en su escritorio, junto a una Biblia apoyada en un pequeño atril. Este hombre es Christian Bobin, vecino de Dios y de los pájaros que pululan por sus libros. Apenas concede entrevistas, no suele hablar de sí mismo ni participa de la «vida literaria». Ni tan siquiera escribe a ordenador


El pasado 25 de noviembre, Bobin se despidió de todos nosotros. Su alma emprendía el último vuelo, dejando tras de sí una basta obra de poemas y glosas. Una obra de más de cincuenta títulos, algunos de los cuales han sido especialmente exitosos en su país natal, y que ha generado multitud de admiradores. Con esta gran pérdida para el mundo literario, dedicamos este mes a este escritor francés, recomendando dos de sus obras publicadas por Ediciones Encuentro.

Resucitar


Bobin es un escritor de lo esencial, que sitúa su escritura en una dimensión en la que es la vida la que adquiere peso, mientras que lo pierde la literatura (podría incluso calificársele como «antiescritor»).

Según sus propias palabras, escribe «con una balanza minúscula, como la que utilizan los joyeros. En uno de los platillos pongo la sombra y en el otro la luz. Un gramo de luz sirve de contrapeso a varios kilos de sombra».


En Resucitar, compuesta con el inconfundible estilo fragmentario y en ocasiones aforístico que caracterizan al autor, todas las páginas orbitan en torno a un asunto central que sustenta la obra: la muerte del padre, después de haber padecido la enfermedad de Alzheimer.

Prisionero en la cuna


En Prisionero en la cuna Christian Bobin evoca su infancia prisionera en la ciudad de la que nunca se ha ido, Le Creusot, en la Borgoña francesa. Una ciudad discreta en la que un niño retraído pasa los días conversando con las hortensias, estudiando las nubes que se deslizan sobre un patio de luces, siguiendo las peripecias de la mariposa.


Las ruinas de las fábricas de los hermanos Schneider, además del martillo pilón que decora una rotonda, son los vestigios del pasado metalúrgico de Le Creusot. Una ciudad que prosperó gracias a la industria del acero. En la actualidad, la única fábrica que sigue en pie está en el bosque de Saint-Fernin, en un antiguo aprisco al que se accede por una senda de tierra. Una fábrica de tinta cuyo único empleado es un corazón agradecido, el de Christian Bobin. Un hombre que quiere ser enterrado en un copo de nieve. Ese niño que respira aquí, en estas páginas.




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