Cuando era niño, jugaba en la calle.
Competíamos como salvajes.
Nadie quería perder.
Más adelante empecé a hacer deporte de forma más seria.
Seguíamos compitiendo, claro.
Poco a poco fui subiendo el nivel, y de vez en cuando, llegabas a una competición y salía bien.
A veces incluso ganabas.
Y te daban una medalla.
Un trofeo.
Algo que guardabas como oro en paño.
Porque sí, los niños son competitivos por naturaleza.
Les molesta perder.
Y los adultos nos hemos empeñado en educarlos para que no sufran esa frustración.
Pero esto también elimina el espiritu de superacion. las ganas de hacerlo mejor.
Ahora tengo hijos.
Y veo cómo, en cualquier competición —aunque sea en las fiestas del barrio—, al final todos se llevan medalla.
Y un cono de chuches.
Las chuches, que no falten.
Después, los mismos que reparten premios a todos se quejan de que los niños no tienen espíritu de sacrificio.
Y yo me pregunto:
¿Para qué iban a esforzarse, si la medalla ya está asegurada?
Luego pasa lo que pasa.
Sales al mundo real y te encuentras con gente que se queja de que no hay buenos profesionales.
Claro, si todos crecimos pensando que somos campeones por participar, ¿cómo distinguir al que de verdad sabe lo que hace?
Pero la vida no es así.
Hay profesionales buenos, regulares y malos.
Algunos se esfuerzan por mejorar cada día.
Y otros… simplemente no lo hacen, porque total, ¿qué más da?, si los van a llamar igual.
Si tú eres de los que cree que no todos somos iguales, y estás buscando a alguien especializado, hablemos.
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