Es así. No hay escapatoria.
El otro día leía el blog de Jose Ramón Hernández Correa —imprescindible si tienes sangre en las venas y algo de criterio— y, como siempre, metía el dedo justo en la llaga.
Hablaba de esas advertencias ridículas que nos encontramos cada vez más en productos de todo tipo. En concreto, contaba que una hamburguesa venía con una advertencia que decía: “No ingerir el envoltorio”.
No es broma.
Claro, esas advertencias no nacen por arte de magia. Nacen porque alguien, en algún momento, lo hizo. Y porque, después, otro alguien quiso demandar a alguien más.
En arquitectura pasa lo mismo.
Cada vez más papeles. Cada vez más burocracia. Cada vez más “esto es por si acaso”. Papeles que no interesan a nadie salvo a quien quiere cubrirse las espaldas. O a quien está deseando tener algo con lo que ir a por ti.
Es como dicen los moteros: solo hay dos tipos de motoristas. Los que ya se han caído… y los que se van a caer.
Yo ya me caí.
Y, aunque no te lo creas, eso curte.
Por eso aprendí algo que tú, si trabajas con clientes, deberías tatuarte:
lo único que importa es la propuesta de valor.
No los papeles.
No las excusas.
No los por si acaso.
Lo que importa es esto:
¿Estás resolviendo el problema real de tu cliente?
Si lo haces, el resto estorba.
Cuando te centras en mejorar el proyecto.
Cuando haces que el cliente sienta que está en buenas manos.
Cuando sabe que estás ahí para solucionar y no para complicar…
Entonces pasa algo mágico:
todo fluye.
Y sí, puede que eso no venga en los manuales ni te lo enseñen en la universidad.
Pero es lo que marca la diferencia entre cobrar presupuestos bajos o tener lista de espera.
Entre dar explicaciones o recibir agradecimientos.
Haz que lo que entregues tenga más valor del que esperan.
Y ya no hará falta advertir que el envoltorio no se come.
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PD3- Si quieres leer el articuloo que ha dado origen a este mail, puedes leerlo aquí.