El jueves por la tarde, en una sala sin ventanas, vi a un tipo con cara de lunes.
Estaba frente a su portátil, revisando un proyecto ajeno, con el entusiasmo de quien hace sudokus en una boda.
Cada cinco minutos levantaba la cabeza, suspiraba, tecleaba algo...
y volvía a revisar el mismo párrafo como si escondiera un crimen.
Estuve observando.
Era el revisor del proyecto que habíamos entregado.
Y su misión no era ayudarnos.
Era encontrar algo para poner una objeción. Lo que fuera.
Un punto, una coma, una coletilla técnica. Algo que no cuadrara con su checklist sagrado.
Y ahí lo entendí todo.
No importa cuánto te esfuerces por hacer un trabajo impecable.
A veces, el que tiene que revisarlo ni entiende ni quiere entender.
Sólo busca justificar su función.
Y si de paso puede darte un dolor de cabeza, mejor.
Parece que algunos se levantan con vocación de justiciero vengador.
Y así nos va.
Proyectos que se ralentizan, tramitaciones que se hacen eternas…
Y luego la culpa es “de la falta de personal”, claro.
¿A ti también te ha pasado?
Yo decidí hace tiempo no jugar ese juego.
Mientras otros buscan excusas, yo me concentro en aportar valor real a mis clientes.
Y hablando de aportar…
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Después no digas que no avisé.
