Hace unos meses, en un grupo de profesionales bastante variopinto, surgió una discusión que parecía una tontería… pero terminó sacando lo peor (y lo mejor) de algunos.

Todo empezó por una frase.

Una que cada vez se lee más en LinkedIn:

👉 “Ayudo a…”

Ya sabes: ayudo a pymes a crecer, ayudo a marcas personales a brillar, ayudo a CEOs a escalar su negocio…

Y ahí estalló el debate. Había dos bandos claros:

Bando A: El de los puristas de la transacción.

“El que cobra, no ayuda. Presta un servicio. Fin del cuento.”

Bando B: El de los funcionalistas.

“Claro que ayudas. Cobras, sí, pero ayudas a alguien a resolver algo que no puede (o no quiere) hacer solo.”

Yo no abrí la boca al principio. Me limité a escuchar. A veces hay que dejar que hablen y se retraten solos. Pero luego me preguntaron directamente:

—¿Y tú qué opinas?

Mi respuesta fue esta:

“Lo que me da más satisfacción no es que me paguen…

Es que al final del trabajo, me den las gracias de verdad.

De esas que se notan en los ojos.

Porque ahí sé que les ayudé.

Y cuando alguien se siente realmente ayudado, nunca piensa que le cobraste caro.”

Silencio.

Unos asentían.

Otros… no tanto.

Pero a mí me dio igual. Porque los clientes que vienen, se quedan. Y repiten.

Y eso no lo da una discusión filosófica.

Lo da el resultado.

Estoy afinando algunas plazas más para un curso que entre otras muchas cosas sobre eficiencia energetica, incluye estrategia de comunicación comercial. No es para todo el mundo, y no es barata. Pero si encajas, te puedo decir esto:

No te voy a ayudar.

Te voy a poner a facturar.

Y eso —créeme— también da las gracias.

Será salvaje.

Será rentable.

Será para pocos.

Y será anunciado primero por aquí.

👉 Si te interesa, responde a este email con un “Cuéntame más”.

Y si prefieres que te ayude directamente, ya sabes, puedes contratar mi consultoría previa.

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