Te cuento el final de la historia de ayer.
Las ventanas originales tenían unos cajones de obra que subían hasta el techo.
Un auténtico coladero de aire, porque además comunicaban con la cámara de la pared.
Cuando cambiaron las ventanas (muy buenas, por cierto), también pusieron unos cajones nuevos, a juego.
Hasta ahí todo bien.
Aprovecharon para bajar unos centímetros el techo. El falso techo nuevo quedaba justo al ras de la parte superior de la ventana.
Pero como el nuevo cajón era más bajo que el antiguo, quedó un hueco de unos 10 cm entre el cajón y el muro.
Ese hueco quedaba por encima del falso techo… y a nadie le pareció importante taparlo.
¿Resultado?
Una pasarela perfecta para que el aire entrase directo desde el exterior.
Porque en la fachada, además, habían hecho una chapuza muy típica en Asturias y Galicia:
Colocaron unos tubitos que ventilan la cámara hacia la calle, supuestamente para evitar condensaciones.
¿Y qué pasa con eso?
Sí, se ventila. Pero te cargas el aislamiento.
Anulas la hermeticidad.
Y conviertes una pared en un colador con tuberías.
Todo esto por no entender que los problemas no se esconden. Se solucionan.
Esto no habría pasado si alguno de los implicados —el promotor, el constructor, el instalador de ventanas—
hubiese sabido qué demonios es la hermeticidad y cómo se aplica.
Pero nadie lo vio. Hasta que el daño ya estaba hecho.
Solución: romper techos, tapar huecos, rehacer todo.
Tiempo perdido. Dinero tirado.
Cosas que a ti no te pasarán si compras la masterclass de hermeticidad.
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