Fin de semana. Otra vez fútbol.
El equipo llega justo.
Jugamos fuera.
Campo difícil.
A los pocos minutos… ya vamos perdiendo.
Y para colmo, expulsión injusta. De esas que duelen.
Lo fácil sería rendirse, echar la culpa, dejarse llevar.
Pero no fue así.
Pelearon cada balón. Sufrieron. Juntos. Hasta el final.
Y ganaron.
No fue mérito de uno.
Fue mérito de todos.
De los que jugaban, de los que empujaban desde fuera, de los que no se rinden aunque el resultado pinte mal.
Y entonces pensé…
¿Qué pasaría si en una obra funcionara así?
Imagínalo:
El fontanero echando una mano al albañil.
El albañil corrigiendo un fallo del fontanero sin hacer un drama.
El arquitecto y el aparejador organizando, sí, pero también arrimando el hombro cuando toca.
Y todos, todos, alineados.
Sin excusas.
Sin reproches.
Sin frases como “eso no es cosa mía”.
Todos empujando hacia lo mismo:
Que la obra quede perfecta.
¿Parece ciencia ficción?
No lo es.
Solo hace falta tenerlo claro desde el principio y rodearte de gente buena. No perfecta. Buena. Con oficio. Con compromiso. Con hambre de hacerlo bien aunque haya barro, presión y contratiempos.
Porque cuando eso se da, pase lo que pase, el resultado siempre es positivo. Siempre.
Y si estás pensando en montar ese equipo para tu proyecto…
Ya sabes por dónde empezar.
Empieza por aquí.