Seguro que lo has vivido.
Llegas a un sitio nuevo. Hay dos puertas.
En una, la cola da la vuelta a la manzana.
En la otra, apenas hay gente.
Y, aun así, todo el mundo se pone en la cola larga.
Ni se molestan en preguntar. Se fían de que si todos están ahí, será por algo.
Somos así: imitamos.
Es más cómodo que pensar.
Al viajar pasa lo mismo.
Vas a Google. Buscas “destinos populares”.
París, Roma, Nueva York.
Montas tu viaje de ensueño con postales en la cabeza.
Llegas.
Y para ver la Torre Eiffel, la Fontana di Trevi o el Empire State tienes que abrirte paso a codazos entre hordas de turistas.
La foto soñada… a base de Photoshop, para borrar cabezas ajenas.
Y repites el patrón: lugares instagrameables, restaurantes con cinco estrellas…
Todo para volver con tu “yo estuve allí” y tachar cosas de una lista.
Pero viajar no es eso.
Hace tiempo conocí a Germán.
Es fotógrafo.
Organiza viajes para ver, sentir y vivir.
Viajes en grupos reducidos.
Fuera de los circuitos de siempre.
Sin turistas.
Paisajes que no tendrás que compartir con cien palos de selfie.
Comidas con gente del lugar.
Historias que no salen en guías de viaje.
Yo todavía no he viajado con él.
Pero lo haré.
Y, mientras tanto, me alimento con su newsletter.
Cada día cuenta una historia de sus viajes, y de las personas que conoce, que también conocerás tú.
Porque viajar no es coleccionar “checks” en una lista.
Es pasear sin prisa.
Empaparte de lo que hay.
Disfrutarlo sin colas, sin empujones y sin prisa.
Si quieres verlo con tus propios ojos, apúntate aquí.