¿Conoces la diferencia?

Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que un proyecto de edificación se resolvía con media docena de planos, una memoria de diez folios, un café solo bien cargado y una cantidad ingente de cigarrillos.

Muchos de los edificios que nos rodean se construyeron así. Y ahí siguen, firmes, sin dar señales de querer desplomarse (salvo alguna que otra excepción, pero eso ya es otro tema).

Pero luego llegó el Código Técnico de la Edificación y con él, una interminable lista de requisitos, normativas y papeleo que harían llorar al mismísimo Leonardo Da Vinci.

Hoy, un proyecto ya no es solo un proyecto: es una gymkana de justificaciones técnicas y urbanísticas, contradicciones normativas y cálculos complejos.

Antes, un arquitecto podía diseñar una vivienda unifamiliar de principio a fin y, en casos más complejos, llamar a un colega para alguna consulta.

Hoy, pensar que un solo arquitecto puede hacerlo todo es tan realista como creer que un youtuber de bricolaje puede construir un rascacielos con tres palets y un taladro sin batería.

La realidad es que la especialización ya no es un capricho, sino una cuestión de supervivencia profesional.

Aún así, las viejas costumbres pesan y siguen vendiéndonos la figura del arquitecto "todopoderoso", capaz de diseñar, calcular, construir, hacer malabares y, si le queda tiempo, dormir un par de horas.

El problema es que esa mentalidad solo lleva a proyectos con más lagunas que un campo de golf.

Yo lo tengo claro: soy arquitecto y mi especialidad es la eficiencia energética.

Por eso, me rodeo de gente que sabe de lo suyo. Porque, aunque me encantaría tener superpoderes, prefiero confiar en profesionales que dominan sus áreas, en lugar de jugar a ser el Leonardo da Vinci de la construcción moderna.

Y tú, ¿prefieres un arquitecto especialista o uno especial(mente) listo?

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